En la cúspide del acantilado,
hablaba, nítida, la voz del fuego;
perplejo, con el corazón despojado
y abriendo sus detonantes y azules ojos,
tanto como sus fuertes brazos,
ansiaba ser llama expirada al infinito.
La noche se acicalaba en el mar, espejo
de suspiros y maderas rotas de sentimiento;
y en la genuinidad de los cielos,
un llanto estridente rompía los labios
de la brisa que acompañaba el séquito.
Una lágrima de plata saltó al agua,
rompiendo el espejo que reflejaba en tono
gris, el alba devorando los últimos recuerdos.
geenís
No hay comentarios:
Publicar un comentario